En el límite más oriental de Asturias nos encontramos una ruta que reúne arte parietal, restos del Románico y naturaleza y paisaje con miradores entre el mar y la montaña. Declarada Patrimonio Mundial de la Unesco, la cueva del Pindal, frente al mar y resguardada de él por un buen encinar atlántico, esconde en lo más profundo de la cavidad pinturas rupestres con entre 13.000 y 18.000 años de antigüedad.
Desde aquí, la senda nos lleva en todo momento cerca del acantilado para llegar a los restos del monasterio románico de Santa María de Tina.
Entre bosques y plantaciones de eucaliptos aparece la punta de Tina, lugar en el borde del acantilado donde se acaba Asturias y la brecha de la ría de Tinamayor nos separa de Cantabria. Sin duda, las encinas son la que dominan la vegetación de la zona por su particularidad, pero no lo son menos, aunque más escasos, los acebuches (olivos silvestres), que se encuentran desperdigados en el interior del encinar y colgados sobre el acantilado en lugares aislados.
Las aves rapaces, como los halcones, dominan los cielos, y si tenemos paciencia y nos fijamos bien, en los matorrales y suelos puede que nos encontremos con alguna mantis religiosa, especie presente en toda la zona.